Las emociones son respuestas que sentimos físicamente gracias a experiencias, a un programa que ha sido almacenado en el cerebro. Esto lo que nos permite es interpretar el mundo exterior. Interpretar qué es lo que nos rodea y cómo reaccionar ante determinadas situaciones. La relación emociones y comida, viene desde que estamos en el vientre materno, donde empezamos a desarrollar una serie de necesidades y esas necesidades empiezan a ser suplidas a través del cordón umbilical. Ahí es donde comienza la asociación con la comida.
La comida y las emociones
Las emociones tienen una función y un objetivo de producir un aprendizaje y un cambio en nosotros, nos ayudan a interpretar el mundo exterior y nos ayudan a distinguir entre qué necesidad tenemos y cómo debemos actuar ante determinada situación o algunas emociones básicas, como por ejemplo el miedo. ¿Qué quiere decir una amenaza real o una amenaza imaginaria? Finalmente, es una falta de seguridad. Cuando estamos experimentando miedo, buscamos seguridad. Cuando estamos buscando seguridad, nos vamos de regreso en la línea de tiempo, con recuerdos de la niñez, con recuerdos de la adolescencia, en cómo a través de esas situaciones vividas se ha suplido ese miedo o se ha suplido esa falta de seguridad.
Y si lo que en nuestro programa el cerebro encuentra que repetidamente un sinnúmero de veces, cuando ha habido miedo, falta de seguridad, recurrimos, por ejemplo, a un chocolate, cada vez que experimentemos ese miedo, vamos a hacer lo mismo. Vamos a volver a buscar el chocolate. Tristeza, por ejemplo, es una pérdida. Es el no tener. El no ser. El estar solo. Si nos vamos a los recuerdos y a lo que hay en nuestro programa y la mayoría de las veces de esa estadística dicen, que para suplir esa tristeza siempre nos tomábamos un helado con la mamá el sábado. Eso es lo que vamos a hacer cuando volvamos a sentir ese sentimiento de tristeza. Hablemos, por ejemplo, del amor. Un espacio seguro del ser, de pertenecer. Si esa memoria, ese programa que tenemos guardado, dice que nuestra mamá nos amaba, nuestros padres o nuestros profesores, una forma de mostrar amor era darnos alimentos vivos, alimentos llenos de energía, una buena sopa, una buena comida. Eso mismo vamos a buscar cuando estemos experimentando situaciones donde nos sintamos amados, donde sintamos que pertenecemos.
Y precisamente eso es lo que tenemos que tratar de cambiar como adultos. Es cómo borrar eso que ya tenemos en el disco duro, cómo borrar esa asociación que tenemos con esas emociones y replantear y programar una nueva serie de patrones asociados con las emociones. Por ejemplo, si ahora siento miedo o falta de seguridad, no relacionarlo con la comida, sino relacionarlo con movimiento, como hablar con una amiga o voy a comerme esto, voy a comerme esta fruta, voy a comerme este vegetal.
Gestión de los vínculos mentales
No es imposible, pero requiere de un trabajo consciente. La alimentación es indispensable para sobrevivir, evidentemente, pero también está claro que no es la función única. La comida suple una necesidad física, pero también suple una necesidad emocional que es, o reconfortarnos, ser capaz de darnos seguridad, ayudarnos a sentirnos de buen humor, permitirnos sentirnos protegidos, sostenidos. Y todas estas asociaciones que hacemos con estos diferentes alimentos las corremos, o este programa lo corremos a lo largo de nuestra vida, hasta que conscientemente lo interrumpimos y podemos cambiarlo.
Si revisamos nuestra memoria, seguramente vamos a encontrar ocasiones de nuestra vida donde situaciones especiales están asociadas con cierta comida. Las Navidades. Y los grados cuando cumplimos una meta, cuando perdemos un partido, muy seguramente, si lo pensamos detenidamente, está asociado con un hábito y un alimento. No es de extrañar que este vínculo entre la comida y las emociones esté presente desde que nacemos. Y particularmente quiero referirme al azúcar. Casi todos los humanos buscamos refugio en el azúcar.
Cuando nos sentimos aburridos, cuando nos sentimos tristes, cuando nos sentimos desprotegidos, cuando nos sentimos mal. ¿Por qué? Porque es casi que el primer sabor con el que tenemos contacto a través de la leche materna. La leche materna tiene un dulce especial, tiene un azúcar. Y ese es nuestro primer contacto con la alimentación en el mundo exterior. Entonces todos llevamos un yo pequeño, un yo del pasado, un yo de niño, el niño interior que está relacionado con ese vínculo emocional y ese vínculo emocional con la comida.
Entonces, aquí quiero ser muy enfática en que no debemos buscar la forma en que comemos, porque eso tiene una razón de ser. Eso viene asociado con muchas memorias, con repetición, con muchos años de vida en los que hemos adquirido hábitos, en los que hemos guardado memorias, en los que hemos experimentado muchas sensaciones y emociones. Pero para cambiarlo hay que estar muy comprometido con uno mismo y ser consciente de ello. Porque si tratamos de ir contra la corriente y cambiar de la noche a la mañana la forma en la que comemos, seguramente no vamos a tener éxito.
Encontrar la causa
La mejor receta es averiguar qué es lo que nos pasa, cuál es esa relación con la comida, porque absolutamente todos tenemos una relación con la comida. Lo que pasa es que hay personas que están de un lado extremo, que son negativo y hay personas que tienen una buena relación con la comida. Para averiguar en qué punto nos encontramos, yo te invitaría hacer un ejercicio de tres columnas: primera columna, una lista de emociones como las emociones que más puedas identificar que estás viviendo en estos momentos. La segunda columna sería la reacción física que siento, cómo lo siente mi cuerpo. Y la tercera columna serían los alimentos asociados que busco, en los cuales busco refugio, busco suplir esa necesidad o me refugio cuando estoy sintiendo esa emoción en particular. Si puedes identificar esto, puedes comenzar a trabajar cada una de las emociones y reemplazar estos alimentos por otras actividades, por otros alimentos que quieras incluir en tu dieta.
Aquí es muy importante también tomar conciencia. Ya lo he dicho varias veces, pero quiero ser muy enfática en esto. Comemos porque comemos. Porque se viene programado con una serie de memorias y de repeticiones que hemos tenido a lo largo de la vida. Diferenciar entre el hambre real y el hambre emocional, es conocer realmente cuándo estamos comiendo por una necesidad fisiológica y cuándo estamos comiendo motivados por emociones.
Y eso también se logra prestando atención, anotando, llevando un diario de comida. Mantener una buena rutina alimentaria y ser muy puntuales con los horarios, tener horarios para comer y tratar de no salirse de ese esquema. Desayunar a la misma hora, almorzar a la misma hora, cenar a la misma hora y tener unos espacios para ser flexible. Por ejemplo, la media mañana. Y el fin de semana también permitirse espacios para salirse un poco como de esa rutina. Pero si es importante, durante la semana trata de mantener una rutina alimentaria.
Conclusiones finales
Identificar cuáles o cuáles emociones estamos aliviando en la comida. Eso se logra con el cuadro que les indique anteriormente en las tres columnas. Y de ahí podemos comenzar a identificar emociones que se repiten con alimentos que se repiten asociados a ciertas emociones negativas. Por ejemplo, el estrés, la ansiedad, la tristeza pueden estar asociados con un mismo alimento en el que buscamos refugio y nos encontramos que comemos más durante momentos o episodios de la vida en que estamos experimentando esa emoción en particular frecuentemente y buscar alternativas, actividades que nos complementen.
Buscar alternativas como leer, como escribir, como socializar más, como caminar, llamar a un amigo. ¿Crees que tienes un problema con la comida emocional que no puedes controlar? ¿No es imposible cambiar la forma en la que uno come? Es muy posible. Pero aquí hay cosas de fondo que necesitan ser sanadas, que necesitan ser trabajadas antes de cambiar la forma en la que se come.
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