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En total, Atisha estudió con 157 grandes maestros, pero sentía una reverencia tan excepcional por este magnífico maestro de la Isla Dorada y por las medidas que impartía, que se le anegaban los ojos de lágrimas cada vez que escuchaba o pronunciaba su nombre. Tiempo después, cuando sus discípulos tibetanos le preguntaban si este despliegue de emoción significaba que favorecía a este maestro sobre los otros, Atisha respondía: “No hago ninguna diferencia entre todos mis mentores espirituales. Pero debido a la amabilidad de mi sublime maestro de la Isla Dorada, obtuve paz mental y el corazón dedicado a la finalidad de la bodichita”.